Establecer una asociación entre el desarrollo cerebral y la conducta infantil no era algo que estuviera en la mente de los médicos hasta antes de iniciado el siglo XX. A lo largo de la historia siempre se consideró que la conducta de los niños solamente estaba influida por el entorno escolar y familiar. Era la Pedagogía la posiblemente única disciplina encargada de intervenir ante las fallas en la adaptación social y escolar de un menor de edad.
En sus inicios, la Psiquiatría no hizo grandes aportaciones en el campo de la atención infantil. En el siglo XVIII los psiquiatras estaban muy enfocados en la esquizofrenia y otros trastornos graves que requerían el internamiento en un manicomio. Gracias al trabajo de Philippe Pinel, los pacientes que se encontraban recluidos en asilos comenzaron a recibir un trato más digno, tal como lo recibían los enfermos que padecían cualquier otro problema de salud. La llegada del Psicoanálisis con Sigmund Freud atrajo la mirada de muchos hacia la psicopatología de la vida cotidiana, contribuyendo a la noción de que la atención en salud mental no forzosamente tendría que estar relacionada con pacientes gravemente perturbados. Además, Freud contribuyó a que prevaleciera la noción de que las condiciones mentales tienen su inicio en etapas muy tempranas del desarrollo.
El advenimiento de las neurociencias con los descubrimientos de Santiago Ramón y Cajal en torno a la estructura y funcionamiento de las neuronas, generó un gran entusiasmo que a lo largo de todo el siglo XX atrajo la atención de muchos investigadores alrededor del mundo. Aunado a los nuevos descubrimientos en neurofisiología, los médicos comenzaron a establecer una asociación entre las lesiones cerebrales y los problemas de conducta en los niños.
De esta forma quedó preparado el terreno para que los pediatras de mediados del siglo XX, sensibles a las condiciones mentales de los niños, comenzaran a describir los primeros casos de daño cerebral mínimo (como se le nombraba en aquel entonces al TDAH) y autismo infantil (ahora trastorno del espectro autista).
Hoy el panorama es muy prometedor. La actual clasificación diagnóstica y el desarrollo de tratamientos eficaces ha permitido, como nunca en la historia, una mayor comprensión de los trastornos del neurodesarrollo beneficiando a millones de niños.